Diciembre, el mes que más pesa en el alma mexicana
Por Roger Errejón Alaniz
Aquí en México diciembre no llega despacito: cae encima como cubetazo de agua fría. Un día estás pagando la colegiatura de noviembre y al siguiente ya estás viendo cómo le haces para comprar los regalos, el pavo, la ropa de los niños y encima aguantar la cara de “todo está bien” cuando te preguntan “¿y este año sí te animas a venir el 24?”.
No es exageración: según la Encuesta Nacional de Salud Mental 2024, una de cada tres personas adultas en México reporta que el estrés de diciembre es el peor del año. El Instituto Nacional de Psiquiatría registra que entre el 15 de diciembre y el 15 de enero las consultas por depresión y ansiedad suben 38 %, y los intentos de suicidio aumentan casi 40 % comparado con el resto del año. El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública reporta que la violencia familiar crece 27 % en estas fechas, y más de la mitad de los casos están relacionados con consumo excesivo de alcohol.
Porque la Navidad mexicana es un espejo de aumento: ahí se ven clarito los rencores que guardamos once meses, la hipocresía de brindar con quien te hizo la vida imposible todo el año, las ausencias que duelen más cuando todos presumen familia unida. El papá que se quedó en Estados Unidos mandando remesa y viendo la cena por videollamada, la mamá que cuenta los pesos para que no falte nada y se queda sin nada ella, los abuelos que pasan el 24 esperando una visita que nunca llega porque “los muchachos están ocupados”.
Y luego está el alcohol, ese invitado que nunca falta en la mesa mexicana. Empieza con “una copita para el frío”, sigue con “venga el brindis por los que no están” y termina a las tres de la mañana con gritos, llanto y alguien jurando que “nunca más vuelvo”. Hay familias que se parten en dos por una borrachera de fin de año y pasan el resto de la vida sin hablarse.
¿Y qué hacemos con todo eso?
Lo primero es dejar de creer que “aguantar es de hombres” y que “la familia es sagrada aunque te destroce”. No lo es. La familia que te hace daño no tiene por qué tener pase automático solo porque es diciembre. Está bien decir “este año no voy” o “me voy temprano”. Cuidarte no es egoísmo, es supervivencia.
Lo segundo es hablar del dinero sin rodeos. En México nos da pena decir “no tengo”, pero decirlo a tiempo evita que enero sea un infierno. Una cena sencilla, intercambiar postres, hacer amigo secreto barato o simplemente juntarse a tomar chocolate y platicar es mil veces mejor que endeudarse para aparentar.
Lo tercero es mirar de frente a los abuelos. Preguntarles cómo se llamaba su primer amor, sacar las fotos viejas, sentarlos en la mesa, aunque ya no puedan cortar el pavo. Eso vale más que cualquier regalo de 2×1.
Lo cuarto es tomar con cabeza o no tomar. El tequila no arregla problemas, los destapa. Y si alguien en la mesa ya va de más, alguien más tiene que tener la madurez de quitarle la botella.
Y lo más importante: si sientes que te estás hundiendo, pide ayuda. No esperes a que sea “tan grave”. Aquí seguimos pensando que la tristeza se cura con pozole y villancicos, pero no es así. Hablar con alguien, aunque sea la vecina de enfrente o el psicólogo, puede ser la diferencia entre llegar al otro año o no llegar.
Este diciembre no se trata de tener la casa más bonita del fraccionamiento ni la mesa más grande. Se trata de llegar al 2026 con la cabeza en su lugar y el corazón un poquito menos hecho pedazos. Porque la verdadera tradición mexicana no es fingir que todo está bien: es reconocer que a veces duele, abrazarnos de verdad y cuidar la salud mental como cuidamos el recalentado: con cariño y sin dejar que se nos queme.


